miércoles, 28 de julio de 2010


2. Las fortificaciones entre 1668 y 1675.

Fig. 1). Vista de Pier María Baldi, 1668 (TEIJEIRO FUENTES, J; MELÉNDEZ TEODORO, A.: La fortificación abaluartada de Baajoz en los siglos XVII y XVIII, Autoedición, Tajo-Guadiana, Badajoz, 2000, pág. 68). Podemos visualizar perfectamente la morfología de las fortificaciones de Badajoz en 1668. La Alcazaba islámica coronando el Cerro de la Muela, la muralla medieval que cercaba al caserío de la ciudad y las medias lunas, construidas en el transcurso de la guerra, que se adosaron tanto a la Alcazaba como a la cerca urbana. A la derecha, el Fuerte de San Cristóbal.

Las fortificaciones que protegían Badajoz en 1668 no estaban en consonancia con la importancia estratégica que la plaza había adquirido tras la independencia de Portugal. La ciudad contaba con cuatro cinturones defensivos que de dentro a fuera eran:

Ø La Alcazaba situada en la cima del Cerro de la Muela. Su principal defensa era la cerca islámica que se mantenía casi intacta si bien, se había reforzado durante la guerra con varias obras (media luna de la Puerta del Alpéndiz, puestos de guardia en las puertas del Capitel y Carros, baterías, almacenes para pólvora, artillería y municiones, etc.)

Ø La ciudad estaba rodeada por una muralla medieval, construida con tapias, a la que se habían ido adosando medias lunas, baluartes y dos caminos cubiertos. Las defensas urbanas se completaban con varias baterías.

Ø El cinturón exterior estaba compuesto por los fuertes de San Cristóbal, Cabeza del Puente y Pardaleras. Los dos primeros estaban unidos por un camino cubierto.

Ø Una red de atalayas rodeaba la ciudad con objeto de vigilar y alertar en caso de peligro (San Gaspar, Corchuela, Torrequebrada, los Rostros, Talavera, Rey, etc.).

Es decir, un conjunto defensivo medieval al que se habían adosado varias obras de trazado moderno pero muy endebles (medias lunas, pequeños baluartes, camino cubierto, etc) y un cinturón exterior con tres fuertes que ocupaban algunos de los padrastros más peligrosos (fig. 1).

Podríamos pensar que con la independencia de Portugal se acometerían obras de envergadura para trasformar a Badajoz en una auténtica plaza fuerte pero las autoridades de Madrid no lo consideraron oportuno. Las intervenciones en las fortificaciones de la Raya después de la guerra podemos dividirlas en dos períodos claramente diferenciados. El primero se extiende entre los años 1668 y 1675 y el segundo a partir de 1675.

Las líneas de actuación que caracterizan al primer período son las que se expresan en el informe del 4 de marzo de 1668 (ver capítulo anterior). En estos años la Corona emprendió pocas obras y los trabajos se limitaron a mantener las fortificaciones existentes y reparar las ruinas que periódicamente se iban produciendo. Posiblemente las dificultades económicas y sobre todo el deseo de no provocar la desconfianza de Portugal, que podía interpretar las nuevas fortificaciones como el preludio a una nueva guerra, expliquen dicha estrategia.

Las obras más ambiciosas se plantearon en Valverde de Leganés, Alconchel y Villanueva del Fresno y tenían como objetivo consolidar una línea fuerte que hiciese frente a la plaza de Olivenza (recuperada por los portugueses tras la firma de la paz). Pese a todo, dichas fortificaciones no llegaron a materializarse aunque fueron diseñadas y se les adjudicó su correspondiente partida presupuestaria.

Por lo que se refiere a Badajoz las obras fueron escasas y las que tenemos documentadas no se refieren a fortificaciones propiamente dichas sino a obras auxiliares (construcción de un cobertizo para el puente de barcas y reparación de los almacenes de municiones y pertrechos de la artillería). En efecto, el 18 de noviembre de 1669 se solicitaron 2.371 escudos para construir un cobertizo destinado a almacenar las 28 barcas que componían el puente de barcas y otros 1.000 para reparar los almacenes de municiones y pertrechos de artillería. Las dificultades financieras eran tan agudas que en un primer momento se estudió la posibilidad de vender las barcas para excusar el gasto del cobertizo. No obstante, don Diego Sarmiento, que fue el encargado de estudiar este asunto, consideró que el coste del cobertizo era muy moderado. Asimismo estimó que no se obtendrían beneficios de la venta teniendo presente el elevado coste que había supuesto fabricarlas y su utilidad en caso de necesidad. En atención a todo ello recomendó conservarlas y construir el cobertizo.

El 28 de febrero de 1670, el Consejo de Guerra, visto el informe de Diego Sarmiento, descartó la venta y aconsejó construir el cobertizo, reparar los cuatro almacenes de Badajoz, pagar los alquileres que dellos se deben y reparar los almacenes de Alburquerque, Alcántara y Moraleja (1).

No hemos podido documentar la construcción del cobertizo para las barcas pero si la reparación de los almacenes a donde estan en esta plaça los peltrechos de guerra y municiones q. tiene para su defensa (2). El contrato se firmó el 27 de julio de 1671 e incluía reformas en tres inmuebles y la construcción de uno nuevo:

§ En la casa que era del Sr conde de la rroca debía construirse una rafa, reparar algunas paredes y enladrillar (pavimentar con ladrillos) una sala grande.

§ En el almacén que llaman de D. gomez de la rrocha debía enladrillar una de las estancias y parte de la piquería (sala en la que guardaban las picas).

§ Enladrillar una sala del almacén de pólvora situado frentte de San Pedro

§ Levantar un cobertizo en el Corral grande que esta frentte de el almacen que llaman de D. Gomez de la rrocha. El cobertizo estaría adosado a la muralla de la Alcazaba por uno de sus lados.

Fig. 2 A). Plano anónimo de mediados del siglo XVII (Krigsarkivet, Estocolmo). Los almacenes aparecen señalados con la letra F (TESTÓN NÚÑEZ, I.; SÁNCHEZ RUBIO, C.M.; SÁNCHEZ RUBIO, R.: La Raya Luso-Extremeña en el Archivo Militar de Estocolmo, Gabinete de Iniciativas Transfronterizas, Junta de Extremadura, Mérida, 2003, pág. 64).

Fig. 2 B). Planta de los almacenes en 1735 (Plano del recinto de la fortificación de Badajoz con el Castillo Viejo y el fuerte de San Cristóbal por Diego de Bordick, Brigadier de Ingenieros, C.G.E., A.C.E.G., Extremadura, 117).


Fig. 2 C). Plano de la Alcazaba en 1803 con la planta de los almacenes y cuarteles (Plano que manifiesta la altura del Castillo antiguo de la plaza de Badajoz, por José de Gabriel, C.G.E., A.C.E.G., Extremadura, 159).

El coste de la obra se estipuló en 20.00 reales y José Cañizares, el maestro albañil encargado de las obras, se comprometió a tenerlas concluidas a finales de septiembre de ese mismo año (1671).

Los cuatro inmuebles citados se localizaban en la Alcazaba pero no sabemos con que edificios actuales se corresponden (3). Sobre este asunto sólo podemos señalar que en el plano de Krigsarkivet observamos que los almacenes ocupaban la casa-palacio de los Acevedos (inmueble al que pertenecía el mal llamado Torreón del Obispo), el palacio de los duques de Feria (actual Museo Arqueológico) y la casa-palacio de los Zapata (fig. 2A). En este mismo entorno se levantaban inmuebles más modestos como las casas de Juan López García y Juan Fernández que eran linderas y estaban adosadas a la cara interna de la muralla de la Alcazaba contigua a la plaza de José A. Sáenz de Buruaga.

Todos estos inmuebles rodeaban la actual plaza de José A. Sáenz de Buruaga. Las calles que daban acceso a la plaza estaban cortadas, seguramente con tapias, de modo que los inmuebles formaban un conjunto unitario en el que la plaza pasó a convertirse en patio (fig. 3A). El principal acceso se encontraba en la calle comprendida entre el Museo Arqueológico y la casa-palacio de los Acevedos. También existía otra entrada, de menores proporciones, frente al polvorín (fig. 3B)


Fig. 3 A). Área de los almacenes en la actualidad. En primer término casa-palacio de los Zapata. En el centro el palacio de los duques de Feria (Museo Arqueológico Provincial).

Por otro lado, tanto el documento del 28 de febrero de 1670 como el contrato de reparación (27 de julio de 1671) dejan traslucir que los almacenes, o al menos alguno de ellos, no eran propiedad de la Corona sino que los tenía alquilados.

La maestranza de la artillería también se levantaba en la Alcazaba pero fuera de este ámbito pues sabemos que estaba cerca de la ermita de Santiago (4).

Las obras no acabaron con los problemas pues el ingeniero Luis de Venegas advertirá, siete años después, que era preciso aderezar los almagacenes que estan muy mal parados (informe del 8 de julio de 1677). Después será Diego de Portugal el que alerte de que los Magacenes (sic) de las municiones amenazaban gran ruina (Informe del 27 de enero de 1684).

Fig. 3 B). En el centro de la imagen el palacio de los duques de Feria. Al fondo y a la derecha el mal llamado Torreón del Obispo que formaba parte de la casa-palacio de los Acevedos. Entre ambos inmuebles se encontraba uno de los accesos al espacio central de los almacenes. El segundo acceso se encontraba a la derecha del polvorín (edificio de los arcos).

NOTAS

1.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, fol. 138.

2.A.H.P., Badajoz, Prot. 360, ff. 201-202.

3.SÁNCHEZ RUBIO, C.; SÁNCHEZ RUBIO, R.: Badajoz en el Krigsarkivet. El hallazgo de la visión más lejana, Excmo. Ayuntamiento, Badajoz, 2003, pág. 33.

4.AH.P., Badajoz, Prot. 232, fol. 361; A.H.P., Badajoz, Prot. 343, fol. 187.

3. Cambio de política (1675).

A partir de 1675 asistimos a un cambio radical. Ese año se aprobó un “ambicioso” plan de reformas de las fortificaciones de la Raya. En primer lugar, Luis Ferrer (gobernador de las armas de Extremadura) y el capitán Francisco Domingo (ingeniero militar) inspeccionaron las plazas de la frontera y en dos informes (fechados el 8 de febrero y 1 de marzo de 1675) detallaron su estado y los fondos que debían destinarse tanto a las reparaciones como a los sueldos de los soldados pues en tres años solamente han percivido tres pagas (1).

El 11 de marzo, el Consejo de Guerra, tras examinar los informes remitidos por Luis Ferrer y Francisco Domingo, recomendó al Rey las propuestas de ambos ya que:

“...por las noticias que se tienen de que se arman Portugueses y cuyas anticipadas prevenciones es justo solicitar el cuidado de que las plazas de aquellas frontera se pongan en buena defensa...” (2)

Es decir, el Consejo de Guerra daba máxima prioridad a las fortificaciones y a la paga de los soldados ya que estaba informado de que los portugueses se estaban armando y por tanto era urgente prepararse de cara a un posible enfrentamiento.

Tras aprobarse el plan (10 de abril de 1675) se ordenó librar el dinero aunque el Concejo de Guerra acordó remitir por ahora 20.000 de los 41.359 escudos que solicitaba Luis Ferrer.

Siguen dos años en los que no sabemos con certeza quien está al mando del ejército de Extremadura. En efecto, el 3 de abril de 1676 el conde de Montijo visitó las fortificaciones de la Raya y realizó un informe dando cuenta del estado de las mismas. Desconocemos que atribuciones tenía en este momento si bien mientras permaneció en Extremadura las cartas que se remiten desde Madrid van dirigidas al conde de Montijo y Luis Ferrer no aparece citado.

Pero retomemos el curso de los acontecimientos. En primer lugar debemos recordar que el Consejo de Guerra había resuelto enviar a Extremadura una primera remesa de 20.000 escudos. El 21 de junio de 1677 se informaba al conde de Montijo del envío de otros 20.000 escudos destinados a las fortificaciones de Badajoz y poco después se consignó otra partida de 20.000 reales de a ocho para las reparaciones más urgentes en el resto de las plazas. Para distribuir los 20.000 reales entre los lugares más necesitados se ordenó que el ingeniero mayor (Luis de Venegas) inspeccionase las fortificaciones de la frontera. El informe de Luis de Venegas (8 de julio de 1677) y las cartas de los gobernadores de las distintas plazas nos presentan un panorama desolador y vienen a confirmar las conclusiones que ya habían expuesto Diego Caballero (6 de febrero de 1665) y el conde de Montijo (3 de abril de 1676). En el caso de Badajoz, Luis de Venegas denunciaba que en las murallas que bordeaban el Guadiana había zonas por las que se podía pasar a caballo e incluso otras tan arruinadas que permitían el paso de carretas. El resto de la ciudad no estaba en mejores condiciones pues era necesario reparar casi todas las puertas y rastrillos, baluartes, medias lunas, camino cubierto, fuertes (San Cristóbal, Cabeza de Puente y Pardaleras), etc (3).

Los informes del conde de Montijo (3 de abril de 1676) y Luis de Venegas (8 de julio de 1677) fueron estudiados y valorados por el duque de San Germán (12 de agosto de 1677) que a la vista de los mismos estimó que todos los recursos disponibles debían destinarse a fortificar Badajoz y las plazas de Alburquerque, Valencia de Alcántara y Alcántara. El desglose de gastos que establecía el Duque era el siguiente:

A. La partida de 20.000 reales debía consignarse a las fortificaciones de Badajoz y además convendrá que se le situe (a las fortificaciones de Badajoz) una porción considerable en cada mes hasta que se pongan en perfección todas las obras por ser plaza de tanta importancia (4).

B. De la partida de 20.000 escudos se destinarían 15.000 a las plazas de Alburquerque, Valencia de Alcántara y el puente de Alcántara. Los 5.000 escudos restantes se reservarían para cubrir las reparaciones más urgentes de otras plazas. Las primeras remesas de esta partida empezaron a llegar a Badajoz en diciembre.

Lamentablemente, la falta de recursos no permitía afrontar todas las obras. Para entender las penurias financieras hemos de recordar que entre los años 1678-83 la peste, el hambre y el desorden monetario sumieron a España en una nueva crisis. En noviembre de 1678 el gobierno ordenó suspender el pago de toda la deuda contraída con anterioridad a finales del año 1677 aunque se exceptuaron los asientos y el gasto militar.

Para paliar la escasez de fondos, Antonio Paniagua Zúñiga, el nuevo gobernador de las armas de Extremadura, propuso que algunos tributos y parte de los bienes de propios de los municipios se destinasen a costear las obras de la frontera (29 de octubre de 1677). En el caso de las fortificaciones correspondientes a las Ordenes Militares, plantea que el Consejo de las Órdenes reservase las rentas consignadas a las fortificaciones para las plazas de la frontera. Asimismo reclama que el dinero destinado a las fortificaciones no se desviase a otros fines. La Junta de Guerra consideró muy acertadas sus propuestas y decidió recomendarlas a la Corona (5).

El Cabildo Municipal por su parte, ante la penosa situación de la muralla, había acordado reparar algunos tramos (4 de marzo de 1677) aunque la cantidad desembolsada (416 rs.) nos hace sospechar que la obra debió ser mínima (6).

En diciembre de 1677 comenzaron a llegar a Badajoz las primeras remesas de los 20.000 escudos que se habían aplicado para fortificar la frontera (7) Antonio Paniagua estimaba que la mayor parte de esos fondos debían asignarse a Badajoz y más concretamente a la esquina del convento de la Trinidad que era el sector más vulnerable de la ciudad. Según el ingeniero militar Francisco Domingo el paraje del convento de la Trinidad.

“… se deve poner todo cuidado de fortificarse por estar toda su Plaza de Armas mandada de la eminencia opuesta de la otra parte del Arroyo de Rivillas a tiro de arcabuz (Cerro de la Picuriña/San Lázaro), y de la que mira al de Santa Marina, el terreno natural de la Campaña descubre hasta los pies con que por frente y de costado queda mandada, ademas de este tan grande yncombeniente se sigue que el ataque principal que le puede benir á esta Plaza es por este paraje por que ofrece una proporcion moderada donde poder tener cubierta su Plaza de Armas pasando por ella el arroyo Rivillas y benirse cubierto por el mismo arroyo abajo hasta quatrocientos pasos de la Plaza y aunque ay otros Puestos en la Plaza en que poder reparar y fortificar tengo este por el mas preciso…” (8)

El proyecto que en principio debía ejecutarse era el que había esbozado Luis de Venegas en 1658 y después retomó don Juan José de Austria. Conviene que antes de proseguir recordemos los pormenores y avatares de dicho proyecto.

Como ya hemos dicho, en 1658 un potente ejército portugués se presentó ante Badajoz. Su plan inicial era apoderase del Fuerte de San Cristóbal pero los asaltos al fuerte fracasaron por lo que determinaron tomar la ciudad poniéndola sitio. Los trabajos de asedio estaban dirigidos por el ingeniero Nicolás de Langres que resolvió entrar en Badajoz por la zona del convento de la Trinidad. Para ello, situó los ataques en el padrastro de la Picuriña-San Lázaro y en los Hornos Caleros (situados cerca de la Plaza de Toros y a lo largo del camino de los Mártires que bordeaba la orilla izquierda del Rivillas). En ambos lugares montó artillería y comenzó los aproches (trincheras de aproximación) para acercarse a la esquina de la Torre del Canto del Rivillas (situada en las inmediaciones del Colegio Juventud). El plan no podía ser más sencillo y efectivo ya que la batería de la Picuriña-San Lázaro dominaba y tomaba de flanco la muralla de la ciudad comprendida entre la Torre del Canto del Rivillas y la Puerta de Santa Marina. Al mismo tiempo este sector era batido frontalmente desde los Hornos Caleros. Solo era una cuestión de tiempo el que los portugueses abriesen brecha en la muralla y por ello los defensores comenzaron una nueva línea fortificada para reatrincherarse cuando los enemigos superasen la muralla exterior (cerca medieval). La nueva línea, que estaba obviamente intramuros, se emplazaba a una cota más elevada que las viejas murallas medievales de modo que no estaría dominada desde el Cerro de la Picuriña. Es poco lo que sabemos de este proyecto aunque parece ser que incluía un baluarte (baluarte del Olivar de los Frailes) que debemos situar en la manzana formada por las calles de Martín Cansado, Calado y Suárez Somonte (fig. 4).

Fig. 4). Emplazamiento aproximado del baluarte del Olivar de los Frailes. En rojo el baluarte iniciado en 1658 y en verde una parte del proyecto de Luis de Venegas para fortificar el frente del Rivillas y la esquina de la Trinidad-Hornos Caleros (ver figura 5 en la que esta línea aparece señalada con la letra B).

Tras el sitio, el proyecto debió paralizarse y se retomó durante el mandato de don Juan José de Austria (1660-1664). En esta ocasión las defensas de la zona se reforzaron. En efecto, los ingenieros Nicolás de Langres y Ventura Tarragona proyectaron ocupar el Cerro de la Picuriña con una tenaza con objeto de impedir que el padrastro fuese tomado por el enemigo y desde él organizase el ataque a la ciudad (9). Los objetivos de la tenaza de la Picuriña están claros pero no sabemos si fue diseñada para reforzar el proyecto de Luis de Venegas o era independiente de él. Como quiera que fuese, estaban trabajando en la fortificación de la esquina de la Trinidad tres ingenieros que en 1658 habían estado enfrentados ya que Luis de Venegas y Ventura Tarragona eran dos de los ingenieros que defendieron Badajoz mientras que Nicolás de Langres fue el ingeniero que dirigió los ataques portugueses contra la ciudad.

El proyecto de Luis de Venegas fue aprobado e incluso cuando don Juan José de Austria dejó Extremadura, su sucesor, el conde de Marchin, continuó con la tramitación del mismo y se dieron los primeros pasos para iniciar las obras aunque después, por razones que ignoramos, volvió a paralizarse.

En 1677 Luis de Venegas volvió al ataque. En el informe del 8 de julio de 1677 planteó la posibilidad de construir una versión reducida del proyecto aprobado en tiempos de don Juan José de Austria. La nueva propuesta de Luis de Venegas incluía un baluarte en el Olivar de los Frailes con dos cortinas colaterales en forma de cortadura real. La cortina de la derecha se extendería entre este baluarte y el de Caracena. La cortina de la izquierda se extendería hasta la plataforma de la Torre de las Palomas. Para el sector comprendido entre la Alcazaba y la Torre de las Palomas propuso

“…El baluarte de la puerta de la traicion (Puerta del Alpéndiz) que esta en lo alto del castillo (…) necesita precisamente de alargarlo hasta la torre del mirador del obispo rebistiendolo de piedra y cal, como los demas desde el angulo defendido bajar con una cortina á la puerta de Merida para ceñir la Ciudad por aquella parte mas de doscientos pasos dejando fuera el matadero y aquel barrio que no tiene casas empie, y la cortadura que la cubria estar enfilada de la campaña sin tener ningun remedio su enfilada…” (10)

Es decir, entre la Torre de las Palomas y Puerta del Alpéndiz se extendería una cortina muy retranqueada respecto a la vieja muralla (debía dejar extramuros tanto al Matadero como a la mayor parte del barrio contiguo). La cortina remataba en el ángulo defendido del baluarte situado delante de la Puerta del Alpéndiz. Con respecto a este baluarte, Luis de Venegas proponía alargarlo hasta la Torre del Mirador del Obispo (¿Torre de la Vieja?). Por último, Luis de Venegas consideraba que para defender el sector de la Trinidad era fundamental construir la tenaza que los ingenieros Ventura Tarragona y Nicolás de Langres habían diseñado en el padrastro de la Picuriña-San Lázaro.

Una vez que hemos expuesto la evolución del proyecto desde su fase inicial en 1658 con sus variantes y mejoras debemos señalar que en nuestra opinión la versión del mismo que debía ponerse en marcha en 1677 no era la que había propuesto Luis de Venegas en el informe del 8 de julio de ese año sino la que se había aprobado en tiempos de don Juan José de Austria que a su vez estaba basada en el proyecto original de 1658 (fig. 5. Línea fortificada marcada con la letra B).

Fig. 5). Proyectos de Luis de Venegas. Las fortificaciones señaladas con la letra A (marcadas en rojo) se corresponden con obras existentes (cerca medieval, media luna de la Trinidad y baluarte de los Hornos Caleros). Las fortificaciones señaladas con la letra B (marcadas en verde) se corresponden con el primer proyecto de Luis de Venegas. Las fortificaciones señaladas con la letra C (marcadas en negro) se corresponden con el segundo proyecto (I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, fol. 167).

Esta versión contemplaba la construcción de un semibaluarte en lugar del baluarte diseñado en 1658 (baluarte del Olivar de los Frailes). Del semibaluarte partían dos cortinas:

o La cortina de la derecha remataba en el baluarte de Caracena (calle de Suárez Somonte).

o La cortina de la izquierda se unía a un baluarte que levantaba entre los actuales baluartes de la Trinidad y San Pedro. Desde este baluarte partía otra cortina hasta la plataforma de la Torre de las Palomas.

Asimismo debemos precisar que entre las obras que debían construirse en 1677 no estaban ni la tenaza de la Picuriña-San Lázaro ni la cortina que uniría la Torre de las Palomas con la Alcazaba.

El proyecto es muy interesante desde el punto de vista técnico pues los flancos de los baluartes no son perpendiculares a la cortina sino a la línea de defensa. No obstante, ciertos tramos no siguen esta norma pues en más de un caso para evitar que un flanco fuese enfilado era necesario obviar la norma y adoptar el ángulo más adecuado para sortear la enfilada.

Antonio Paniagua se mostraba convencido de que el proyecto es muy bueno y no se puede mejorar aunque al construirse a una cota muy superior a la que ocupaba la vieja muralla dejaba extramuros a una parte de la ciudad (convento de la Trinidad, cincuenta casas, el camino cubierto que había construido Diego Caballero frente a la media luna de la Trinidad, etc). Cuando se aprobó el proyecto, en tiempos de Juan José de Austria, se tasó el convento y las casas pero en esta ocasión Antonio Paniagua consideraba que este gasto consumiría buena parte de la financiación. Ante estos problemas, decidió plantear un segundo proyecto, obra también de Luis de Venegas, que solventase las dificultades del anterior (derribo del convento y las casas).

Luis de Venegas diseñó un nuevo proyecto en el que la muralla discurría a una cota inferior, más cercana al cauce del Rivillas y al padrastro de la Picuriña, dejando intramuros al convento de la Trinidad (fig. 5. Línea fortificada marcada con la letra C). Desgraciadamente con este trazado las nuevas fortificaciones estarían dominadas desde el Cerro de la Picuriña. Resulta sorprendente el cambio de Luis de Venegas pues en su informe de 8 de julio de 1677 había recomendado el primer proyecto y en tan sólo 5 meses reconsideró una propuesta que había mantenido más de 19 años (11).

Antonio Paniagua no se atrevió a optar por uno de los proyectos y antes de comenzar las obras remitió una carta al Rey en la que solicitaba me mande lo que he de hacer (12). Por su parte, el Consejo de Guerra tampoco quiso definirse y se limitó a devolver la pelota a Antonio Paniagua ya que resolvió dejar el asunto al arbitrio del Señor Don Antonio ejecutar en esto lo que fuere mas preciso y conveniente al servicio de su Magd (13).

Pese a todo, ninguno de los dos proyectos llegó a materializarse pues el Consejo reconsideró su primera decisión, en la que delegaba en Antonio Paniagua para que este obrase lo que considerase más oportuno, y envió nuevas órdenes para que el dinero consignado a las fortificaciones se emplease en reparar las partes arruinadas (14). La decisión del Consejo es más que comprensible si recordamos el panorama que presentaba Luis de Venegas en el informe de 8 de julio de 1677. La situación debió ser tan preocupante que en 1678 el Cabildo Municipal realizó ciertas reparaciones por las que desembolsó 820 rs. (15). Una cantidad muy moderada pero las arcas municipales no podían aspirar a metas más ambiciosas.

NOTAS.

1.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, ff.138 bis-140

2.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, fol. 139v-140

3.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, ff.143-146v.

4.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, fol. 156v.

5.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, ff. 158-162v.

6.A.H.M., Badajoz, L.A., 4 de marzo de 1677, fol. 23v-24.

7.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, fol. 163.

8.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, fol. 176.

9.La revisión del proyecto de Luis de Venegas tuvo que realizarse antes de 1665 pues ese año murió Nicolás de Langres. Los proyectos para fortificar el frente del Rivillas están magníficamente estudiados por María Cruz Villalón, Javier Teijeiro y Álvaro Meléndez (CRUZ VILLALÓN, M.: “Las murallas de Badajoz en el siglo XVII”, Norba-Arte, VIII (1988), Universidad de Extremadura, Cáceres, pp. 126-132; TEIJEIRO FUENTES, J; MELÉNDEZ TEODORO, A.: La fortificación abaluartada de Badajoz en los siglos XVII y XVIII, Autoedición, Tajo-Guadiana, Badajoz, 2000, pág. 72-75).

10.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, ff. 145v-146.

11.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, ff. 165-168.

12.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, fol. 164.

13.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, fol. 164.

14.I.H.C.M., Madrid, Colección Aparici-XXVIII, fol. 172.

15.A.H.M., Badajoz, L.A., 16 de marzo de 1679, fol. 26. El pago se realizó en esa fecha pero las obras se habían llevado a cabo el año anterior.

5 comentarios:

  1. La semana que viene colgaré el capítulo 4.
    Julián G.

    ResponderEliminar
  2. Esperaremos impacientes. ¡Muchas gracias por toda la información y documentación que compartes!

    ResponderEliminar
  3. Gracias a ti y a todos los lectores. No hay nada más triste que un escritor sin lectores.
    Julián G.

    ResponderEliminar
  4. Tu trabajo me parece extraordinario y muy didáctico, pues aclara muchos aspectos y tiene abaundante información gráfica. Enhorabuena. Saludos

    ResponderEliminar
  5. Amigo Julián:
    Hoy he comenzado aver con detalle tu trabajo. Eres una mina. Esto, como otras cosas tuyas, tiene un valor excepcioanl. Internet es un buen medio. Pero aún hoy en día hay qye dar a conocer todos estos trasbajos por medios tradicionales. publicaciones, conferencias.. ¡Yo que sé! Claro, se muy bien lo que me dirás, acompañada de tu siempre benevolente sonrisa. Un Abrazo.

    ResponderEliminar